Del Toll de la Caldereta al Puente Viejo

on miércoles, agosto 12, 2009

El río desciende con ligera pereza, pues el calor agosta los pequeños acuíferos naturales y algunas fuentes se resienten. La vegetación se espesa y con fruición absorbe y bebe las escasas aportaciones de los diminutos manantiales que a duras penas resisten el verano.

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En este tramo que rodea el pueblo por el poniente, entre las partidas del TerÇ y el Llinar, los bancales de feraz huerta se complementan de verdes y abundantes pinos que se aceran furtivos hasta el cauce mismo para saciar y saborear las ricas, en minerales, aguas del menguado riachuelo.

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Allí donde la rocosa base hace un hueco a la pastosa arcilla, la corriente agresiva de las invernales aguas, construyen una poza (un toll) que cada año crece y crece en función del depósito de tierra acumulado. El toll de la Caldereta y la misma Caldereta son ejemplos perfectos de este juego, que ordena y clasifica los materiales según dureza y resistencia; intensidad y velocidad.

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El paisaje resultante es una vía viva, cambiante de aspecto, que se inicia en la montaña y viaja hacia el mar, la mar tal vez, para desde allí ascender al cielo y completar este ciclo existencial. Nadie mejor que Jorge Manrique en la copla III para expresar este pensamiento:

 

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

qu’es el morir;

allí van los señoríos

derechos a se acabar

e consumir;

allí los ricos caudales

allí los otros medianos

e mas chicos,

allegados son iguales

los que viven por sus manos

e los ricos.

 

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El toll y la fuente forman parte de un mismo todo, y si bien ésta lo alimenta, aquel conserva y almacena el caudal natural, cual cuenco artificial. Aquellas que consiguen rebasar y desbordar la poza continúan, frágiles y famélicas el curso descendente, esperando las aportaciones a ras del cauce de “escorrims” es decir filtraciones procedentes de las acequias superiores. Con estas continuas alegrías conseguimos llegar hasta el arco de piedra que sobrevuela y une las dos laderas que se besan en la húmeda y profunda línea virgen.

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Fuente y puente, mínima diferencia fonética, profunda distancia semántica, aquella derrama y vierte, ésta comunica y acerca. Sobre las aguas de Tagarina viejas piedras ennegrecidas por el tiempo contemplan cansadas su paso y se preguntan estáticas, si serán siempre las mismas o diferentes cada año, a pesar que la canción que entonan al saltar sobre los peñascos, al sortear los cañares, sea siempre hermosa, siempre la misma.

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Texto: Lluís Soler                    Fotografía: Salvador

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