Primer día: Santa Faz
Con sendas furgonetas, nuevas, flamantes, con aires de rivalizar con aquellas otras que trasportan a la cuadrilla del torero o siquiera las que acercan grupos de peruanos, a los campos de la Mancha, orgullosos de nuestra amistad y seguros de su solidez nos aventuramos en un original Gran Hermano de jueves a domingo, poniendo a prueba nervios y paciencia.
La ubicación de las maletas se resuelve tras aplicar una larga fórmula matemática, a pesar del sacrifico de fondo de armario, que algunas han realizado.
El concepto científico sobre la conducción determina en nuestro grupo la existencia de dos interpretaciones diferentes: La que prima la lectura mecánica de las señales o la que prefiere ajustar el pie del acelerador a la presencia de radares.
Con estos principios partimos contentos y animados hacia poniente, la tierra extrema y dura, una mañana primaveral con un sol que comparte el cielo con algodonosas nubes que banquean el Maigmó y la Hoya de Castalla.
Al paso por Toledo saludamos su historia, su alcázar, el Tajo, la llanura inmensa y, este año, verde de la tierra del Quijote.
Oropesa: Castillo sobre la llanura. Verdes amarillos que se encienden con la lluvia. Por momentos el cielo se tiñe de grises plomizos que lloran sobre la meseta.
Migas con chorizo, en un salón de altos artesonados nos sitúa en la humilde Castilla de trigo y vino. Parador señorial de saga aristocrática residencia de hidalgos caballeros conquistadores.
Desde el amplio patio elevado observo dos recias iglesias, con nidos de cigüeñas, que me recuerdan, en esa soledad, la larga tradición espiritual que marca el carácter intelectual del castellano.
La curiosidad me lleva a conocer el nombre del señor del castillo que resulta ser Francisco de Toledo V Virrey de Perú.
La siguiente parada será Trujillo, al que llegamos tras una intensa lluvia. Pizarro ecuestre domina la plaza Mayor y desde su altura contempla este señorial conjunto de palacios. Una cigüeña corona el agudo tejado de un soberbio palacio, a tenor del impresionante escudo que luce en su esquina principal y que da fe del linaje de su propietario.
Amplios soportales permiten al visitante contemplar en un día triste esta joya hermosa de la arquitectura medieval extremeña. Pasear entre estas piedras centenarias, respirar este aire con aromas del pasado me embarga el alma. La calle de la Sillería se conecta con la plaza mediante un arco de sillares espectaculares.
Eva y Tina pasean bajo la lluvia con hermosos paraguas.
Los feriantes intentan montar sus tenderetes frente al impertinente y tintineante gotear. La campana con su tañido, peculiar, cual latido cívico invita a los creyentes acudir a la oración. Otros tiempos.
Los gritos de los mozalbetes son el genial ajetreo de la vida.
Una palmera dobla sus hojas ante el peso de la lluvia. Al fin sale el sol, es primavera. Desde el poniente más lejano sus rayos atraviesan infinitas diminutas gotas que encienden de rojo y rosa la atmósfera, al tiempo que las nubes traviesas se resisten abandonar el cielo.
Texto: Lluis Soler Fotografía: Salvador