La Font: agosto 2017

Sella, 18 de agosto de 2017

Una tarde tan calurosa como tantas otras de este tórrido verano. Una excursión para presentar a Mateo a este entorno privilegiado de Sella y viceversa. Ya “conoce” la Font Major, la Alcántara, el Xarquer y el Castellet. Imposible saber si le ha gustado, porque además de no hablar, en cuanto sube al coche, o cochecito, se duerme como un tronco. Al menos el aire puro entrará en sus pulmones.

Hoy nos vamos a Tagarina.

Una de las últimas veces que subimos, Irene y Javier muy pequeños, visitamos a Enrique y Migue en El Condesito. Hacía poco que el barranco había sufrido un devastador incendio y la visión del entorno era más que penosa. Pero la naturaleza, cuando la dejamos, hace su trabajo y ahora el pinar, y la maleza, que no es poca, ha recuperado el esplendor que antaño perdió.

Iniciamos el ascenso dejando el Fardatxo a la izquierda y evitando en lo posible las rascadas de las zarzas en el coche. Imposible. Las cunetas han sido invadidas por arbustos agradecidos a las lluvias del invierno, que maltrataron los márgenes de piedra de manera muy notable. Me temo que así quedarán para el futuro. Otro paso para que el monte y el bosque recuperen aquello que les fue arrebatado por nuestros antepasados. Esas zarzas lucen altivas su fruto, hermosas moras, negras, dulces, abundantes… pero indigestas.

Llegamos a la fuente conocida como el Pouet d’Alemany. Un poste nos indica la ruta entre Confrides y Sella. Aquí dejamos el coche porque el asfalto se acaba y empezamos un pequeño recorrido hasta las proximidades del Peñón Divino (¿o del Adivino?). Desde aquí miramos al Puig Campana “hacia abajo”, lo que no le hace perder su majestuosidad, y disfrutamos de unas vistas espléndidas de los barrancos que lo circundan y los pinares que visten su base.

El esqueleto de lo que fue una casa nos saluda con la nostalgia de lo que un día debió ser un mirador de lujo (por el paisaje, no por la calidad de la misma). También nos saludan, hasta el agobio, multitud de avispas e insectos que este verano han sobrevivido al calor y la sequía.

Oteamos el horizonte con prismáticos buscando algún ejemplar de esos arruís que pueblan las montañas de Alicante de forma cada vez más abundante, pero no los conseguimos ver. Tan solo unas perdices asustadas corren ante nosotros para ponerse a salvo. Será Javier en otra visita posterior quien consiga dar con ellos.

De tanto en tanto disparo algunas fotos a las plantas, las montañas y las personas que compartimos este hermoso paraje. Y cuando el sol empieza a ponerse (los días se acortan…) nos disponemos a deshacer el camino que nos ha reconfortado un rato de una tarde de un mes de agosto cualquiera, recordando otras excursiones de otras tardes de otros meses de agosto…

Carlos