Viaje Cultural A Madrid febrero 2017

on jueves, marzo 16, 2017

Segundo día: San Francisco El Grande, caldo de cocido con jerez, paseo por la plaza Mayor y huevos al plato en casa Lucio.

Madrid se despereza solitario pues la noche festiva se prolonga más allá de la salida del sol. Caminamos despacio ante la fachada oriental del palacio real y cruzamos el protegido viaducto de los suicidas, hasta alcanzar la basílica franciscana. Nada más acceder, comprendes el calificativo, pues en dimensiones es una de las mayores del mundo.

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Pinturas gigantescas de escenas bíblicas visten su interior. El pequeño grupo contempla asombrado la monumentalidad del edificio y la suntuosidad de su decoración obra de Castro Plasencia. El mármol de Carrara con su reconocida nobleza abunda en las ricas capillas de completan el conjunto religioso. En una de ellas se representa el momento en el que el rey Carlos III (el mejor alcalde de Madrid) recibe de la Virgen su prestigioso collar. En otra descubrimos el rostro de Goya que se pintó en otro de los cuadros, un pequeño gesto de satisfacción y vanidad.

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Tras este desayuno de belleza nos adentramos por ese Madrid de la virgen de la Paloma, monumento a Cascorro, calle de las aguas, mercado de la cebada… todo ello cerca de es singular rastro donde todo se puede comprar. Sobre las doce y en uno de esos lugares más cargados de sabor y tradición degustamos un delicioso caldo de cocido, servido en taza, como manda la costumbre, acompañado, en mi caso, de un fino tío Pepe. Magnífico.

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Siguiendo el curso de la calle Toledo, caemos en la plaza Mayor, dónde el sol de medio día resulta extremadamente agradable. Es todo un espectáculo contemplar la diversidad del género humano: vendedores ambulantes, disfraces, gente seria, alguna boda, títeres, músicos que buscan ganarse, al menos, la comida del día.

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Comemos en casa Lucio que pasea, con gracia, sus 84 años por las estrechas calles entre mesas de su afamado restaurante. Su mundo se reduce a ese limitado espacio donde en cada rincón destaca y reposa el recuerdo de un comensal ilustre, sea su Majestad o cualquiera de los aventureros y cómicos del mundanal ruido de la noche madrileña.

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Me quedo con la mesa del excelente científico Severo Ochoa. Lucio nos saluda en saber de nuestro origen levantino. Guarda un entrañable afecto a esta ciudad y con orgullo muestra la placa que da nombre a una calle que el ayuntamiento le concedió. Aquí conserva buenos amigos entre los que destaca a Vicente “El del nou Manolín” y Ramón Morales, entre otros muchos.

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Con gran dignidad ocupamos mesa para degustar unos “espesos callos” y sus famosos huevos al plato. Para “celebrar” la digestión, Miguel nos lleva al parque donde se conserva el templo de Debod, regalo del pueblo egipcio. Las espléndidas vistas que desde allí se contemplan me llevan a escribir sobre la amistad:

“Saber estar y elegancia. Generosidad. Cualidades que embellecen, también la ciudad, cuando lo haces con tan buena compañía.”

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Lluís Soler

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