Miradas y Conversaciones IX

on jueves, abril 13, 2017

El tiempo pascual, la luz interior y la práctica del zen

Entramos estos días en el tiempo de la fiesta pascual que los cristianos celebran como un tema central de su cosmovisión religiosa. Es un tiempo que se considera como un proceso de paso de la muerte a la vida, que simboliza que la muerte, lo que parecía perdido, es finalmente superada por nueva vida.

En el zen se encuentra algo equivalente, cuando se habla del paso de la Gran Muerte a la Gran Vida, al Despertar o Iluminación. El zen es un camino de “abismamiento” -en el hondón del alma dirá Juan de la Cruz- y de purificación de la mente y del corazón, hacia la iluminación, a través de un proceso de despojamiento y de desapego, para volver a nuestra realidad esencial, a nuestra verdadera naturaleza: compasión, amor gratuito y compromiso desinteresado. Nos damos cuenta de forma experiencial que somos uno con todas las cosas y que cada uno de los seres del universo forman parte de nuestro propio yo, que el universo entero es un todo interconectado.

De la misma manera que cualquier planta, árbol, flor, se vuelve hacia la luz y los animales hacen sus cuevas orientadas hacia el oriente o el sureste, así todos nosotros llevamos incorporado un sentido de la orientación hacia la luz. Ese sentido de la orientación hacia la luz interior, que lleva más lejos que la mera razón (el conocimiento silencioso) es lo que se trata de descubrir y de seguir mediante la práctica del zen (y en otros caminos místicos).

Esa experiencia todos los místicos la conocen bien. El Maestro Eckhart, en uno de sus sermones cita a un filósofo griego: «Percibo algo en mí que brilla en mi espíritu, me doy cuenta que es algo, pero qué es no lo puedo entender, pero me parece que si pudiera captarlo comprendería toda la verdad». Entonces dijo otro filósofo al primero: «Anda, persíguelo; porque si lo pudieras captar tendrías la esencia de toda bondad y la vida eterna». Se aprecia la convicción de que vivir así es como estar en el paraíso, en la vida eterna (en una vida autentica de plenitud)

También Agustín dice: «Percibo algo en mí que brilla y resplandece en mi alma, si llegara a su plenitud y a ser constante, sería la vida eterna».

Seguramente, aunque no lo percibimos conceptualmente, estamos unidos a todo cuanto existe en el universo entero y en todo cuanto existe se da la continuidad de la vida.

Paco Buigues

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