Nuestro tercer día lo dedicamos a recorrer y conocer esta hermosa ciudad. El origen romano del nombre puede proceder de Caesarina en honor de Julio Cesar o de Casta Ceris, templo dedicado a Ceres. De Iizn Qäzix, ciudad amurallada, dará cuenta la influencia árabe. Sea uno u otro, todos tienen motivo para explicar el apelativo que su propia fonética acentúa: letras estables, abiertas, equilibradas C A C E R E S.
El grupo se despereza feliz al contemplar que la mañana nace azul y un sol espléndido rompe, de momento, los negros pronósticos climatológicos.
La plaza Mayor nos recibe con la noticia que anuncia, desde el ayuntamiento, la candidatura a “capital europea de la cultura”. Desde las escalinatas laterales a la fachada del consistorio contemplo, con los varones de la Font (las féminas visitan, por simple curiosidad, las tiendas cacereñas) la escenificación de la lucha cristiano-musulmana por la posesión de la ciudad.
La violencia, la agresividad y la muerte a hierro ha resuelto los conflictos de intereses territoriales, religiosos, cuando no los dos, siendo el segundo quien enciende la pasión, la intransigencia, en ocasiones comprensivo y complaciente, con el sufrimiento del contrario.
Sobre las doce un amplio grupo de visitantes se concentra alrededor de nuestro erudito guía bajo el arco de entrada al recinto medieval. Las campanas anuncian el medio día y su tañido me gusta más que la pobre dicción de nuestro cicerone (desde la simpatía y el mayor respeto). Me separo del grupo y me pierdo con los ecos profundos del tam-tam que se expanden por todo el conjunto y resuenan en mi alma. La catedral, ese palacio diseñado para el espíritu, nos llama…
Me reincorporo al grupo, al tiempo que las primeras gotas fuerzan desplegar los paraguas. Me conmueve el hecho inaudito que el destino en ocasiones nos reserva, uniendo a los Toledo y Moktezuma, el nuevo y el viejo mundo, vertebrando un mestizaje, motivo de satisfacción y orgullo en este caso. Buen ejemplo a imitar en estos tiempos de migraciones, limpieza étnica…
Los Hernando Ovando, el palacio y torre Carvajal, los Golfines de arriba y los de abajo… una larga lista de conquistadores, señores de “nobleza obliga”. Palacios destinados a sobrevivir a sus dueños y homenajear su nombre. Me gusta Cáceres, su elegancia, sus historias que me parecen cuentos de la infancia, con sus condes, duques y marqueses, gente noble, acorde al sentido ético de la palabra.
El grupo resiste los embates lingüísticos de nuestro anfitrión-guía, que suple con buen acierto su limitación en la pronunciación. Personalmente prefiero imaginar libremente y fantasear entre las callejuelas escuchando el coclear de las cigüeñas que recuerda el repicar acelerado de las panderetas. En honor a la verdad he de decir que no soy el único que realiza el recorrido por libre: algunos fotógrafos, captan la realidad, ajenos por completo al discurso oficialista.
En una esquina la estatua de San Pedro de Alcántara, valedor de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, domina el espacio. Su escultor supo recrear la fuerza, la enorme voluntad, el carácter seco, sereno, al tiempo que próximo del asceta. Célebre santo, ermitaño que no claudica ante el poder terrenal de la iglesia y su jerarquía y al cual Teresa y Juan le deben, buena parte de lo que son, pues con su gran prestigio salvó de la Inquisición a esta pareja de buenas personas, después santos venerados y respetados.
En este punto concluyo y dejo para otro viaje el resto. La mañana se recupera y el sol vuelve a brillar con fuerza, es la primavera.
Texto: Lluís Soler Fotografía: Salvador
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