Quince Minutos

on lunes, mayo 04, 2009

Ese tiempo tuvo este cronista para expresar las emociones que le provocaron, la comida en el parador de la Granja, que cerraba la excursión organizada por la barraca la Font a Segovia. Quince minutos dan para poco, por tanto precisión –pensó- al sentarse frente el sencillo escritorio, en un bellísimo saloncito iluminado con la intimidad justa, para colocar las palabras, de manera natural, sobre el papel.
El parador, recientemente inaugurado, presenta un aspecto magnífico en su interior, con una calidez que acoge desde el principio, un sentido monacal en cuanto su distribución que trasmite placidez desde la armonía y el silencio, una influencia japonesa presente en su patio central donde un frágil hilo de agua vertical rompe el equilibrio horizontal de una lámina acuática, creando con ese ritmo constante-diferente un efecto de paz interior.
La comida transcurre en el comedor situado en otro patio paralelo, rodeado de arcadas de granito, cuyas piedras, distribuidas siguiendo el esquema del Acueducto de Segovia, dan paso al ladrillo rojo que asciende poco a poco, dos o tres pisos, para cerrar el cielo con modernas cristaleras que dejan pasar la luz y permiten la contemplación del azul primaveral de la Castilla señorial.



Una mesa ovalada para catorce comensales con su impecable mantel de hilo blanco nos aguarda custodiada por un personal que, desde el primer momento, sin servilismo alguno, facilita, con profesionalidad exquisita, el misterioso tiempo dedicado a ingerir, con respeto, aquellos alimentos condimentados, con esmero, por cocineros que desconocemos, pero en quienes confiamos plenamente.
Una delicada y esbelta copa de vino blanco, aromático, fresco, suave, ligeramente afrutado nos da la bienvenida, gastronómicamente hablando, y nos introduce, de esta vinícola guisa, en aquello que llamamos, de manera genérica, comida, pero que, evidentemente, es mucho mas: conversación y compañía, degustación de sabores y olores… placeres cotidianos en un tiempo y un espacio agradable.



De lo alto de la copa bajamos ahora a la superficie plana de un pequeño plato sobre el cual derrama el camarero, oro virgen vegetal, resultado de un selecto proceso. El intenso y espeso líquido, con olores que recuerdan la esencia primitiva de la creación, adquiere cuerpo al recibir la minúscula granulación mineral de la sal, configurando ahora un sencillo producto tonificante, dispuesto a viajar impregnando la miga del pan hasta alcanzar y confundirse en parte de nuestra propia esencia.
Con estos elixires mediterráneos como portada abordamos un serio, por denso y rudo, plato de judiones con oreja de cerdo. Otra vez la sencillez elevada a la categoría de exquisitez. Pensaba, mientras comía, que la alimentación, como afirma Nietzsche, es la base, junto con el clima, del carácter, y la nuestra, la mediterránea, con su variedad, por su equilibrada proporcionalidad, posibilita una línea de humanidad generosa, plácida, abierta, tolerante, que aun lo sería mas, si fuese consciente de la grandeza a la que está reservada su existencia de advertir en si mismo ese caudal, esa riqueza con la cual nos dota de manera graciosa la Naturaleza.
Tras este generoso plato llegó otro no menos sabroso, como carne de jabalí… al cual no pude hacer los debidos honores puesto que aquellos judiones debidamente acompañados de un poderoso vino negro, y ante el cual la gula se cegó de egoísmo, impidiendo hacerle un hueco en la oficina del estómago.
Luego llegaron los postres y el café, con su grandeza de complementos espléndidos, al tiempo que con su dulce amargura, abrían la puerta de la creatividad emotiva y sentimental, con sus correspondientes brindis y muestras de amistad eterna. En estas ocasiones se acrecienta y valora la compañía.




Quiere finalizar este cronista su primera redacción con una loa a La barraca La Font por aglutinar a su alrededor un reducido número de hombres y mujeres, sobradamente preparados en honradez y limpieza de corazón, cualidades que los ennoblecen y embellecen.
Primera crónica de un maravilloso: “Viaje a Segovia”. Lluís Soler

2 comentarios:

sam dijo...

Precisión, pensó el cronista, y precisión tuvo en la descripción del maravilloso escenario, puesta en escena e interpretación.

Anónimo dijo...

No siempre una imagen vale más que mil palabras. Estos son los detalles que ninguna cámara, por muchos píxeles que tenga, es incapaz de mostrar y que serán complemento de las imágenes y la música que pronto nos servirán de recuerdo imborrable de otro estupendo viaje que, espero, se convierta en tradición con otros futuros.
Adivinad quién soy.

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