Bocairent 11.11.17

Abandonamos Banyeres cuando los invitados a la boda comienzan a llegar, ataviados para tan señalada ocasión. Las señoras calzan unos tacones que dificultan su acceso por las empinadas y empedradas calles. Algunas, las más jóvenes y osadas, llegan hasta lo más alto del castillo. Pero nosotros tenemos otra función que cumplir y no podemos asistirlas en su ardua tarea.

La llegada a Bocairent, en solo unos minutos, es un tanto anodina. Nada deja ver lo que esconde su casco antiguo. Aparcamos en una calle amplia y preguntamos a un lugareño por la famosa Plaza de Toros. Unos 30 minutos le dedicamos a su explicación, acompañada de su currículum profesional y casi su biografía.

Por fin llegamos y tras abonar el peaje correspondiente, al que Salvador añadió un cabezazo antológico en el marco de una puerta de acceso solo apta para el Bombero Torero, empezamos el recorrido. Las gradas de la misma están en su mayoría excavadas en la piedra. Nos explican que fue una especie de Plan E en su día para dar trabajo a la población local en época de crisis (no somos los primeros en padecerlas…) Visitamos el patio de caballos, toriles, callejón y el albero, que aquí es arena. Es curiosa la diferencia de amplitud entre las gradas más bajas y las altas. Nuestra intuición nos dice que debe ser por el precio de las localidades y por tanto, por la clase social que se situaba en cada zona.

Prácticamente en desuso, solo se utiliza para reuniones anuales de escuelas taurinas de la Comunidad.

Nos dirigimos a continuación hacia el casco antiguo. En el recorrido observamos varias casas con hermosas y sólidas puertas y fachadas que nos hablan del pasado señorial de la villa.

A la plaza del Ayuntamiento se accede a través de un arco que parece un portal de acceso a otro tiempo. Recorremos las calles empinadas, retorcidas, recoletas. También aquí se aprecia el abandono de las partes viejas de las ciudades. Sin acceso a los vehículos resulta laborioso, difícil y caro restaurar las viviendas. Quien se decide a hacerlo disfruta con seguridad de la tranquilidad, el silencio y el placer de sentirse parte de ese pasado.

Nos sorprende la cantidad de plantas que adornan calles, ventanas y rincones. Pero más sorprendente es el trabajo que sus habitantes hicieron para modelar la piedra y adaptarla al uso humano: Acequias, ,aljibes, escaleras, un nevero espectacular y la joya de la Corona, les Covetes dels moros. Almacenes de alimentos o cuantos usos quieran sugerir los estudiosos del tema, el caso es que si en algún lugar existieron los Picapiedra, creo que fue aquí. Como pájaros carpinteros trabajaron la piedra y el resultado es digno de ser visitado.

 

Ya sabéis que nuestra religión de jubiletas nos impide hacer barbaridades, así que desistimos de llegar hasta el lugar donde se hallan, acceder a ellas trepando y recorrerlas gateando. He de reconocer que lo consideramos seriamente, pero lo descartamos rápidamente.

Nos falta comentar la parte gastronómica de la visita. Miguel tenía información (¡ay si no fuera por los servicios de inteligencia!) de un restaurante y allí nos dirigimos. “El rabet de gat”, en la calle de la Abadía. Un pequeño pero agradable establecimiento atendido por tres muchachas que con su buen hacer culinario nos ofrecieron un menú bastante logrado. Pericana, croquetas caseras y lo que mejor recordamos, una humilde coca con sobrasada de la zona. Tan sencilla como apetitosa. Algo más que no recuerdo y para digerirlo todo ello y poner punto final, un chupito del herbero de Mariola.

 

Con el herbero en el cuerpo y para quemar algunas calorías sobrantes terminamos el recorrido circundando el pueblo por la parte baja. Luego nos dirigimos con el coche al cementerio, no por verlo, sino porque desde allí se contempla una pista panorámica completa y preciosa de Bocairent. Tras las correspondientes fotos y cuando el sol comienza a declinar, emprendemos el regreso a nuestras respectivas residencias, poniendo punto y final a esta jornada de sábado.

Carlos