La Aurora De Sella 2016

on domingo, noviembre 20, 2016

Comentario fotos Aurora de Sella

La tarde declina suave y mansamente sobre la pinada del Terç. Una luz crepuscular preside la calma y un silencio espeso llama al recogimiento. Al calor de la lumbre repaso un hermoso itinerario fotográfico por las singulares calles de Sella.

El Mediterráneo nos premia con un clima que favorece la vida al aire libre. Es casi un insulto no disfrutar de estos atardeceres otoñales. Saborear la tibia fuerza del sol tamizado por las finas agujas del pino, es un placer sensorial difícil de alcanzar fuera de la naturaleza original.

A los pies de la madre Aitana, entre un mar escalonado de tonalidades verdes, grises, azuladas y rojas se despereza este pueblo de la Marina. Gracias a la benigna templanza del cielo y la tierra, la cultura emerge con espontaneidad.

La tradición de la Aurora encarna la búsqueda del sentido de la existencia. La noche y el día se suceden con sorprendente regularidad, con absoluta exactitud; impidiendo la reflexión y la duda sobre la certeza del amanecer consciente de la mañana siguiente.

Salir de noche y volver de día es un milagro o una locura, pero en ambos caos no suficientemente valorados. Tras esta genérica ambientación común a todos los procesos de iniciación, incorporo, sin orden ni coincidencia, un rosario de impresiones, que estas magníficas imágenes evocan en la conciencia, recuerdo, ahora vivo, de aquellos momentos fugaces e imprecisos:

El gesto distante de quien toca la caña –instrumento rítmico humilde y grandioso que regresa a la Aurora tras muchos años de ausencia- se compadece con la mirada interrogante del señor de la bandurria y contrasta con la profunda concentración del amigo de la guitarra que frunce el cejo y todo ello dentro de un conjunto de corazones que laten unidos; diríase hay una devoción estática indeterminada y única… y eso es, en mi opinión, la expresión estética de esta fotografía.

Blanco sobre negro; síntesis estricta que desnuda las caretas que habitualmente llevamos puesta. Rostros únicos, repetidos cada año con más arrugas, pero igualmente íntegros y honestos, amigos que renuevan cada domingo primero de octubre el ritual de la duda sobre el débil devenir de la vida.

Un grupo humano, hombres y mujeres que cantan, gritan, ríen, beben piensan, callan y en silencio interior, donde resplandece la sinceridad, cada uno se cuestiona quien sabe qué cosa.

Paredes, puertas y farolas…

Luis Soler

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