Relato Melancólico…

on sábado, enero 12, 2013

Relato melancólico de los años setenta entre Sella y Alicante por Luis Soler

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Ante la inminente cita con la jubilación, una metódica y serena revisión del pasado es obligada. Permitid que con algunos de aquellos recuerdos, que por azar he reunido, hilvane este artículo.

Alicante era y es una ciudad mediterránea con el encanto del sol, la luz y el mar; un lugar provinciano –hablo de los primeros setenta- -ahora lo es más- alejado del fluir cultural europeo, pero al tiempo referente, único y exclusivo para aquellos jóvenes pueblerinos –en el buen sentido de la palabra- que no podían aspirar a otros centros o lugares de difusión de la cultura.

La Normal, en aquella época escuela universitaria de formación del profesorado… se convirtió en avanzadilla de modernidad, el espacio donde podían oírse términos como democracia, pluralidad y libertad; y algunos profesores, anunciaban y advertían grandes y profundos cambios. El más importante e inminente el final del régimen y con él, un aluvión de ideas nuevas y nuevas propuestas, que revolucionaría nuestra tradicional y rancia forma de vida.

Uno de ellos era Héctor Baeza, profesor de literatura, hijo de Manuel Baeza, pintor notable de la ciudad. Al poco de asistir a sus clases y hablar con él, comprendí, junto con un pequeño grupo de jóvenes, que sus enseñanzas más válidas no estaban, que también, en las aulas, sino en su seminario, su casa y tantos lugares de la ciudad, donde escuchábamos, con admiración y hasta veneración, todo el caudal de conocimientos que poseía y compartía con nosotros.

Entre pedagogía, poesía, deporte y temblores políticos –muerte de Carrero Blanco y asesinatos etarras- y una inmensa inquietud existencial, transcurría nuestra juventud. La constante interrogación sobre el sentido de la vida, se cernía pesada, con su correspondiente carga de ansiedad y angustia, sobre nuestras inocentes cabezas. A desgranar y analizar su contenido dedicábamos buena parte del día, y largas veladas, sumergidos en la humeante y espesa niebla de “ducados”, en aquellas tascas (Labradores en particular) del barrio antiguo, culminando la interminable conversación, viendo la salida del sol sobre las azules aguas del Postiguet.

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Aquella rivalidad entre mar y montaña, entre placidez bucólica y engranaje que remueve tu interior, entre amigos de siempre y otros nuevos, entre el pasado y el futuro se iría forjando el carácter y la personalidad de quien relata este cuento. Sella significaba el pueblo fosilizado en la tradición, dominado por una clase política representada por dos o tres familias que controlaban – y controlan- los resortes laborales, económicos y sociales; vigilado por aquella iglesia del nacional-catolicismo, heredera del odio y resentimiento de los vencedores en la guerra civil, que modelaba feligreses creyentes, obedientes, mediante la catequesis y el adoctrinamiento más feroz y servil.

El sistema funcionaba bien, para los poderosos, los demás simplemente callaban y vivían como podían y… podían vivir mejor que sus padres pues durante estos años el desarrollismo, el turismo y la construcción permitían, con relativa facilidad, encontrar trabajo.

A nivel personal y poético Sella era:

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Lo conocido    

La tonalidad cambiante
De las montañas,
El cantar de las aguas corrientes
Por sus acequias,

Y sus pequeños manantiales.
La fresca claridad
De sus amaneceres,
La paz pesada y plácida
De sus atardeceres.

El vuelo volátil y frágil
De su gorriones y golondrinas,
El humo espumeante y ágil
Huyendo por las chimeneas
Construyendo, sobre el fondo oscuro de la noche,
Enormes y deformes figuras enigmáticas
Hasta desvanecerse en invisibles
Óvalos, allá sobre el horizonte.

Los interminables juegos, por sus largas
Y estrechas calles circunflejas.

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Eso era para mi la esencia pura del pueblo, la que aún me persigue y ansío conservar el resto de mi vida.

Al mismo nivel poético, Alicante

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Lo desconocido

Alicante era el referente
A la esperanza deseada
Por la mente impaciente.
La respuesta esperada 
por la duda permanente.

Alicante era independencia.
Saborear la soledad 
Desde la prudencia 
Austera de la verdad.

Un corazón desbocado
Y un sentimiento infortunado.

 

La frialdad de la razón
Era el mejor tratamiento
Para romper el caparazón
Del confuso pensamiento.

La música, la literatura,
Elementos básicos, primarios 
Para acceder a la cultura
Subir los peldaños necesarios
Para vivir con dignidad y cordura.

Pensar para escapar 
Por entre las olas del mar.

Con esta sencilla y compleja realidad se debatía mi conciencia.

Es ahora cuando toca “hilvanar” el conjunto de coincidencias que citaba al principio de esta historia. Cuando Pedro Morales me saludó y me invitó a la inauguración de su exposición de pirograbados sobre murales de Gastón Castelló y Manuel Baeza, inmediatamente vino a mi mente, el recuerdo de las largas sesiones de estudio y trabajo en la casa de la calle Bailén propiedad de la familia Baeza. Allí conocí, entre otras, la obra de John Godolphin Bennett, del cual entrecomillo la siguiente frase de su libro “El universo dramático, publicado en 1965 y que enlaza con la tarea impuesta por Paco Buigues, referida a comentar el libro de Luis Rojas, “Secretos de la Felicidad”.

“Durante tres mil años y más, el mundo ha vivido por expansión y complejización. Esta tendencia ha llegado a una saturación. Ahora debemos volver otra vez hacia la concentración y la simplificación. Esto no significa deshacernos de los descubrimientos de la ciencia y la tecnología que son realmente valiosos, pero sí significa el abandono de todos los resultados que amenacen con la destrucción. Vamos a tener que resignar el uso del automóvil como transporte privado, la producción masiva de equipamientos mecánicos y electrónicos que no sean necesarios para la vida, el gasto de amplios recursos en “educación” y en “defensa”. He puesto estas últimas palabras entre comillas porque representan los dos grandes fraudes de nuestro tiempo. La “educación” no educa y la “defensa” no defiende. Llegará una enorme simplificación en la vida, y con ella un gran aumento en la felicidad humana y en la perspectiva de supervivencia, cuando la humanidad empiece a basar la vida sobre el principio de la satisfacción de las necesidades en vez de la gratificación de la codicia por más y más y más”.

Era emocionante escuchar a padre e hijo hablar de la nueva era, del mundo feliz de Aldous Huxley, del sistema Gurdjieff. Esta búsqueda, afirmaban, ha remplazado en los años setenta el activismo político de los sesenta. Otra característica de esta década fue la proliferación de movimientos espirituales que ofrecían alguna forma de salvación instantánea. Y aquí enlazo con el excelente recopilatorio de música de aquellos años que pudimos disfrutar el día de Nochevieja en nuestra querida barraca la Font, con los Beatles al frente del movimiento hippie. ¡Que tiempos aquellos¡

Es ahora el turno del cataclismo universal anunciando en falso por los mayas y que nuestro amigo Paco se encarga de advertir que tan sólo era un cambio de ciclo, de era. Ahora que seguimos vivos tras el 20/12/2012 quiero señalar que este tipo de anuncios apocalípticos se repiten con frecuencia, para con la misma rapidez, incumplirse. En aquellas reuniones de los setenta recuerdo cómo se comentaba la llegada de la llamada “Ola” que inundaría los territorios cercanos al mar.

El mundo, el universo, no dispone de manual de funcionamiento –al menos conocido- El final de la tierra –si la crisis no la destruye antes- será integrarse en un futuro con el sol que nos alumbra y que hace posible la vida sobre el planeta. Ciclos, eras, etapas… divisiones, interpretaciones del pensamiento, sobre una realidad cambiante que no permite explicaciones absolutas.

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(Pirograbado de Pedro Morales)
Concluyo con una personal lectura –aunque reconozco que juego con ventaja al conocer de primera mano el trasfondo espiritual de los Baeza- del cuadro de Manuel. En él refleja de manera magistral la esencia de Alicante: El mar, la pesca, la playa con sus esbeltas palmeras, las pequeñas casas del arrabal Roig, las blancas gaviotas sobrevolando el Postiguet, pero en especial ese “infantil sol” presidiendo, desde lo alto, el destino del conjunto. Equilibrio, armonía, orden, bucolismo, serenidad, composición, entre otros adjetivos, expresan el sentir del pintor que los utiliza para transmitir su particular visión del mundo.

Conservar en la memoria la experiencia permite, desde el presente, traslucir el futuro.

Alicante 10 de enero 2013.

Luis Soler

1 comentarios:

Pedro dijo...

Muy interesante escrito, acompañado de bellas imágenes. Un placer.

Pedro Roca.

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